Belleza
Decidamos qué belleza es buena, aprendamos a sentirla y disfrutémosla.
La agamia considera la belleza como un valor cultural y, por ende, ético. La determinación de la cultura de la belleza debe realizarse siguiendo el criterio de la utilidad que, en el ámbito de la acción, será como decir “del bien”.
Así, la agamia parte de una cierta identificación entre bien y belleza, sin complejo antiplatónico alguno.
La identificación de la belleza con el bien es la automatización de la búsqueda del bien y de su enaltecimiento, a través del gusto. El gusto, cuando lo es, siempre es de gustosa satisfacción. Se entiende, por lo tanto, que la elección consciente de lo que debe ser placentero no va en detrimento, sino en beneficio de su disfrute. Dado que, hasta ahora, la elección del gusto no se ha realizado en función de lo bueno, ni siquiera de lo placentero mismo, sino sólo de aquello que obedece a los valores estéticos generados por el sistema capitalista patriarcal (que éste presenta fraudulentamente como capaces de producir placer), cabe esperar de la educación consciente del gusto una satisfacción a corto plazo notablemente superior a la actual. El principal y más inmediato progreso consistirá en una reducción sustancial de la represión sexual, que conllevará un enorme placer por liberación de dicha represión.
La educación del gusto no se realiza por represión del gusto previo, sino por convencimiento mediante el contacto con las fuentes de placer, tanto las eficaces como las fraudulentas. La experiencia convence, y genera, además del aprendizaje, una impronta que actúa sobre la intuición conduciendo al individuo a premiar a las fuentes eficaces de placer mediante el reconocimiento y la integración. En un entorno ágamo, reconocimiento e integración constituyen fuentes de lo que el amor entiende como afecto. El afecto amoroso, con su añadido de protección, de compensación por la falta de reconocimiento e integración sociales, se vuelve prácticamente innecesario. La utilidad del afecto melancólico queda confinada, por tanto, a usos excepcionales.
El sistema ideológico del amor es arquetípicamente hipócrita en lo referente a la determinación del gusto, pues educa en la elección según un determinado tipo de belleza elitista a la que mitifica, mientras afirma (de manera ineficaz, pero útil como autolegitimación moral) que los individuos deben ser elegidos en función de lo que llama “el interior”, que no sólo trata como un valor de segunda, sino que lo contrapone al anterior, sobrentendiendo que debe cultivar su “interior” aquél que carece de medios para cultivar su belleza.
Todxs tenemos la responsabilidad de educar nuestro gusto hacia lo bueno, de modo que integremos y reconozcamos a lo bueno, y promovamos el reconocimiento y la integración por parte de otrxs. Todxs tenemos la responsabilidad de educar nuestro gusto de modo que dejemos de premiar y demandar lo malo, así como de promover que otrxs, a su vez, lo premien y lo demanden.
Como referencia general, podemos decir que un gusto que ha sido educado según la verdadera utilidad de las formas generará un modelo de belleza que es indicio de una existencia equilibrada, libre y social. Como modelo de fealdad, aparecerán aquellas formas que puedan ser entendidas como producto de una vida servil, desequilibrada o egocéntrica.
Así, el cuerpo saludable tendrá una belleza superior al cuerpo maltratado. El cuerpo que manifiesta su condición de medio físico (versátil en su forma, adaptado a la función que necesita realizar), tendrá una belleza superior al que se muestra perezoso o ineficaz, y el cuerpo que manifiesta integración en lo social nos resultará más hermoso que aquél que refleja aislamiento. Será bello el cuerpo de la persona libre y buena.
Podemos intuir que el modelo de belleza femenino contemporáneo será percibido como feo en tanto que obliga a una vida servil a formas ineficaces (delgadez injustificada, altura innecesaria, crecimiento ostentoso de los pechos, cuidados estéticos que mediatizan la vida cotidiana…). Igualmente, el modelo masculino también será identificado con valores que sólo pueden producir desagrado (desarrollo de la musculatura como enaltecimiento de la cultura de la violencia, al precio de grandes sacrificios de tiempo y salud).
Hemos de entender que este juicio no es forzado por unos determinados principios voluntaristas, sino que es el juicio que producirían estas formas en nosotros si tuviéramos la posibilidad de elegirlas y experimentarlas libremente entre otras, y que su éxito presente es producto de que actúan desde la condición de fantasías inalcanzables, o de medios de ostentación, previamente designados por la cultura.
En última instancia, el gusto ágamo requiere del conocimiento de la vida para determinar la belleza del cuerpo de esa vida o, más estrictamente, para leer en el cuerpo la belleza o fealdad de una existencia.